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Verdades como puños
19.11.08


Vaya por delante que el hiperbólico título de esta entrada se debe más a nuestra afición por los juegos de palabras poco o nada sofisticados que a una reflexión pausada y trascendente. Pero vayamos por partes: la rotunda -a la par que poética- expresión viene al caso del manifiesto pedagógico publicado por la Red Investigación y Renovación Escolar (IRES) bajo el título No es verdad.

En unos momentos en los que el debate sobre la educación en España parece estar más caldeado que de costumbre y en el que se hacen cada vez más audibles las arengas en pro de una vuelta a los valores tradicionales de la educación: el respeto a la autoridad, el esfuerzo o el mérito (por nombrar sólo los más cacareados) resulta muy valioso que sea un colectivo de profesores de educación primaria y secundaria quienes respondan, intentando hacer oír su voz por encima del griterío, que no, que no es verdad que en la escuela española actual predomine un modelo de enseñanza diferente al tradicional y que: La creencia de que en los últimos tiempos se practica una enseñanza descafeinada y permisiva, donde ya no se valora “el conocimiento de toda la vida”, es un mito sin fundamento.

Y más aún: […] la cultura escolar dominante en España sigue basándose en la transmisión directa de contenidos inconexos y, no pocas veces, desfasados e irrelevantes, en el aprendizaje mecánico y repetitivo, en la evaluación selectiva y sancionadora y en la prolongación de la jornada escolar de los menores con abundantes deberes y tareas.

Decimos que el documento tiene especial valor porque estamos muy acostumbrados a que muchos de nuestros posicionamientos, compartidos por otra parte con mucha gente, sean descalificados porque nosotros «no vivimos el día a día de un aula» o hablamos «desde la teoría». Pues bien, hete aquí un grupo de maestras, maestros, profesoras y profesores que cree necesaria una renovación de la cultura escolar en una dirección opuesta al «back to basics» y que, como ellas mismas dicen, intentan desarrollar en sus centros dinámicas de trabajo alternativas a las hegemónicas. Y saben muy bien de lo que hablan: Por experiencia sabemos que lo más probable, si no nos organizamos, es que nos adaptemos, reproduciendo las prácticas que, sedimentadas por la inercia, son habituales en los centros.

A quien no esté familiarizado con la vida y el trabajo cotidianos en un centro educativo puede que esto le resulte chocante o exagerado, pero no lo es. Viene al caso el testimonio de un profesor de instituto que explica lo siguiente en los comentarios al manifiesto: Estoy completamente de acuerdo con lo expuesto en el manifiesto, es más, son ideas que algunos componentes del Claustro del Instituto donde trabajo venimos defendiendo hace tiempo y esta defensa ha hecho que algunos compañeros nos retiren incluso el saludo. ¡Así están las cosas!

Por cierto, si tenéis inclinaciones mórbidas no encontraréis desperdicio en los comentarios al manifiesto; buena parte son un auténtico delirio, un poco al estilo «debate a degüello» que caracteriza portales como e-barcelona.org y así, donde muchas veces los argumentos brillan por su ausencia o por su excentricidad bizarra -como la del profesor que, tras leer el texto, se dedica a descalificarlo apelando a sus faltas ortográficas (sic)-. Insistimos en que éstos son sólo una parte, considerable eso sí, de los comentarios, y que también hay quién opina con lucidez; sin embargo, la retahíla de lugares comunes y paralogismos nos ofrece también un retrato bastante fiel de la realidad de la educación en nuestro país.

El debate entablado en los comentarios a raíz de la publicación del manifiesto escenifica a la perfección la cruenta a la vez que soterrada guerra que se (re)produce diariamente en nuestras escuelas e institutos: la que sostienen ‘profesores’ y ‘pedagogos’, es decir, la guerra entre quienes defienden una educación fundamentada en la transmisión de contenidos y quienes defienden una educación basada en en el alumno (por decirlo de un modo muy sintético). Lo cierto es que ambas posiciones incurren reiteradamente en lo que nos parece un error: en primer lugar se habla de ‘la’ pedagogía, (mal)entendiendo que ‘pedagogía’ es exclusivamente el conjunto de directrices pedagógicas marcadas por los planes educativos oficiales, cuando deberíamos hablar de ‘las’ pedagogías; en segundo lugar se omite el hecho de que la educación tradicional, basada en la transmisión oral de contenidos, implica también un tipo concreto de metodología en la enseñanza, ‘una’ pedagogía.

Pero la laguna más importante de esta contienda, y del manifiesto en si, es la omisión del modo en que las circunstancias sociales, históricas, condicionan las prácticas pedagógicas y la orientación general del proyecto educativo. Volver a decir esto resulta bastante repetitivo y nos hace parecer unos pesados, sin embargo en la discusión que nos ocupa no es tenido en cuenta en ningún momento. Salvo por una excepción, alguien que firma Dr. Antonio Sánchez dice: El «Manifiesto» incurre repetidamente en lo que podríamos llamar la «falacia pedagógica». Esto es, pretende solventar problemas que de ningún modo tienen su origen ni nada que ver con métodos didácticos, sino con situaciones políticas y sociales, […] La enseñanza no fracasa en sus objetivos; todo lo contrario, cumple fielmente el cometido para el que la diseñaron nuestros admirados demagogos y educa tontos impunes, cretinos irresponsables, a la perfección.

Habría que pasar por alto las altas dosis de atrabilis y reacción que destila la opinión de este señor para estar completamente de acuerdo con él, pero en el fondo viene a exponer lo que ya comentamos en este blog a propósito del artículo de Nora Catelli El fracaso de la ESO es un triunfo, y que podría complementarse, de un modo más extenso y reflexivo en este otro artículo de Nico Hirtt, que también comentamos aquí. Sin embargo pensamos que es un error de bulto pensar que la pedagogía no tiene nada que ver con todo esto, precisamente las pedagogías no son nunca herramientas neutrales, sino tecnologías (de la subjetividad) que responden a agendas (bio)políticas concretas, es decir, entre otras cosas, a las necesidades de un determinado régimen de la producción material y de sentido.

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