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Motivos
26.1.09


 

¡Ole, ole y ole! motivación que no falte

Leíamos ayer este post en el blogzine ptqk en el que reflexiona sobre la introducción de la «ética hacker» en el ámbito laboral; como explica ptqk: «En las empresas ahora ya no quieren trabajadores como los de antes, obedientes y grises, de esos que dicen ‘yo trabajo por dinero, mi vida de verdad está fuera de la oficina’. El modelo antagónico a eso es el del hacker: una persona que adora lo que hace, no tiene horarios, es autodidacta e imaginativo y aprecia más la libertad y la independencia que la pasta.» Así que podemos decir que las empresas quieren, efectivamente, «trabajadores con espíritu hacker». Nos parece muy cierto además, como dice ptqk, que «el modelo del trabajador hacker viene calcadito del sector de la cultura» (al respecto resultan muy interesantes las reflexiones de Andrew Ross que cita en el post).

Casualmente participábamos días atrás en el hilo de entusiastas comentarios que se sucedieron a raíz de otra entrada, esta vez en el blog de Juan Freire, sobre «la motivación como clave del éxito de la educación» y que venía a cuento de la gestión de John Maeda al frente de la Rhode Island School of Design (RISD). Resulta muy sencillo establecer una relación directa entre ese modelo de trabajador con espíritu hacker y el del estudiante motivado, de hecho Alfredo Romeo (fundador y director de la empresa Blobject ) escribía en uno de los comentarios: «Cambia estudiantes por trabajadores y aplica el mismo discurso. De alguna manera, eso es lo que intentamos hacer en Blobject. Que los trabajadores que trabajen con nosotros sean porque realmente ellos quieren hacerlo, no porque no hay otra cosa en el mercado«. Si hay un rasgo que caracterice al «trabajador con espíritu hacker» es la pasión y la motivación en su trabajo, que constituyen el principal acicate para aceptar «largas jornadas de trabajo a cambio de gratificación y que está dispuesto a entregar su tiempo libre y sus pensamientos a cambio de mobilidad y autonomía«.

Nos parece que lo más significativo de todo este asunto es que el modelo, eficazmente probado en el sector cultural durante décadas, está siendo traspasado no ya sólo al sector de las industrias creativas o del trabajo cognitivo, sino al mercado laboral en su conjunto; basta para darse cuenta de ello con asistir a una reunión-arenga de «motivación» para vendedores puerta a puerta de servicios de telefonía móvil.

Lo que uno aprendía en la escuela no eran realmente las matemáticas, la lengua, la historia y esas cosas, sino el hábito de la obediencia, del trabajo individual y en silencio, el cumplimiento de unos horarios y unas tareas asignadas y el respeto de una jerarquía. Estas cosas constituían el habitus y el pathos requeridos a los trabajadores bajo el régimen del capitalismo industrial. De igual modo el capitalismo cognitivo requiere de trabajadores creativos, autónomos y motivados y la escuela posdisciplinaria deberá asumir la tarea de forjar ese hábito en el carácter de sus estudiantes.

Así pues ¿es el estudiante desmotivado una figura contrahegemónica? Claro que no, pero entonces ¿cómo resolver esta paradoja? Nos parece que lo necesario es decir: motivación sí pero ¿para qué? Y no se trataría de establecer un mecanismo vertical que decidiese desde arriba cual es el buen uso de la creatividad, la autonomía y la motivación, sino de crear dispositivos y generar procesos de diálogo y negociación con los propios estudiantes sobre cual debe ser el objeto de dichas capacidades.

 

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