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Los jóvenes de barrio
20.2.15


A propósito de Perros callejeros, la escena de Bellvitge rol en vivo, y en relación con la última entrada de este mismo blog, escribíamos esto en otra parte:

«Es precisamente a finales de los 70 y comienzos de los 80 cuando se crearon espacios socioculturales dirigidos a los jóvenes —como centros abiertos, casales y esplais— que bien pronto establecieron acuerdos y convenios con las administraciones públicas y se coordinaron para realizar tareas de asistencia a poblaciones consideradas en riesgo de exclusión social. Es en este momento cuando empieza a implementarse y extenderse la idea de que la calle, que hasta entonces había sido el principal espacio de juego y socialización de niños y jóvenes, era un lugar peligroso. Hacía falta pues establecer espacios regulados y normativizados donde el tiempo de ocio de los niños y jóvenes fuera gestionado y controlado por los adultos, tareas de las que se encargará toda una serie de técnicos y profesionales: educadores y trabajadores sociales, educadores de tiempo libre, educadores de calle, monitores de esplai, etc. Desde otro punto de vista podemos entender que todos estos dispositivos y saberes redujeron notablemente la autonomía y las capacidades de los niños y jóvenes para autoorganizar su ocio y su modo de habitar el territorio. Hay que destacar también que el barrio de Bellvitge, durante los 60 y 70, no estaba urbanizado en gran medida; esto ofrecía a los niños y jóvenes un buen puñado de espacios indefinidos —descampados, escombreras y zonas en obras— que podían emplear libremente en sus juegos, sin estar condicionados por el diseño y los criterios del urbanismo oficial. Ya en los años 80, la irrupción de la droga en la vida y de las “bandas juveniles” el imaginario colectivo del barrio acabaría por dar la puntilla a estos modos infantiles de habitar la ciudad.»

 

Artículo publicado en La Vanguardia el 19 de noviembre de 1982.

Artículo publicado en La Vanguardia el 19 de noviembre de 1982. En los destacados se advierte del ‘peligro del ocio’. Por descontado, el ocio es el enemigo de la productividad.

 

Entre ese cuerpo técnico y de saberes sociales que desembarcaron en barrios como Bellvitge durante aquellos primeros años de la democracia, en los que se pusieron en funcionamiento las primeras políticas sociales tal y como hoy las conocemos, también se contó la sociología: en 1979 Pilar Ferran, por entonces Teniente de Alcalde de Servicios Sociales del Ayuntamiento de L’Hospitalet, encargó al grupo Obinso un estudio sobre delincuencia juvenil en la ciudad entre los años 1976 y 1981. El informe fue realizado por los sociólogos Lluís Ventosa y Lluís Recolons a quienes incorporamos como personajes a la escena. Durante nuestra investigación para la creación de Perros callejeros pudimos entrevistar a Lluís Recolons:

Podemos decir que las ciencias sociales no sólo describen de forma objetiva los fenómenos que estudian —para el caso que nos ocupa los jóvenes de Bellvitge— sino que, de modo performativo, los producen y modulan. Así pues, podemos decir que textos como el que mencionamos construyen una representación y un relato sobre los jóvenes del barrio que producen a su vez aquellas formas de subjetividad que examinan.

Un caso análogo podría ser el de Los jóves del barrio, un documental realizado por el colectivo Video-Nou en 1982 que retrata a los jóvenes el barrio de Canyelles —que contaba en aquellos años con unas características muy similares a las de Bellvitge—. Durante el debate posterior a la proyección de este mismo vídeo que proyectamos el año pasado durante el ciclo La ciudad ganada, la ciudad perdida en el Institut Bellvitge, Jorge Larrosa observaba que los jóvenes aparecían representados únicamente como una lista de problemas que requerían la intervención de la administración pública. No hemos de olvidar que, aunque Los jóves del barrio se ha visto en gran medida dentro de los circuitos del arte, fue encargado por el Institut de Reinserció Social, el Àrea de Joventut y el Àrea de Serveis Socials del Ajuntament de Barcelona. Así pues, durante los años 80, no sólo los medios de comunicación y el cine contribuyeron a producir un cierto tipo de relatos e imaginarios sobre los barrios de las periferias, y cabría preguntarse a qué formas de control y gubernamentalidad resultaron útiles estas representaciones.

Un ejemplo este tipo de significantes performativos empleados por educadores y trabajadores sociales en los 80 nos lo proporcionó Antonio Rosa, educador social, miembro del Grup de Recerca en Educació Social (GRES) de la UB y vecino de Bellvitge, cuando en aquel mismo debate sobre Los jóvenes de barrio nos habló del término predelincuente, que se aplicaba entonces a los jóvenes que cumplían una serie de indicadores establecidos —Antonio Rosa comentaba con hilaridad, que él mismo podría haber sido considerado un predelincuente ateniéndose a dichos indicadores—. Aquí podéis ver parte de la conversación que mantuvimos en nuestro espacio como parte de la investigación para Bellvitge rol en vivo:

A lo largo de estos meses de investigación nos ha parecido percibir en Bellvitge —y de nuevo Bellvitge nos sirve como ejemplo de otros muchos barrios de clase trabajadora de las periferias urbanas— una brecha generacional; por un lado tenemos el relato individual y colectivo de los vecinos y vecinas más mayores —el de los primeros habitantes que llegaron al barrio hace 50 años— que puede leerse como un relato épico y de “éxito”: se trata casi de un relato propio del pionero, del self-made man, que narra la partida de sus pueblos de origen —dejando atrás las duras condiciones de vida en las zonas rurales tras la posguerra— la llegada a un lugar nuevo en el que todo estaba por hacer y en el que todo fue conquistado mediante la lucha —derechos sociales, servicios, equipamientos, infraestructuras… incluso se conquistó la propia democracia—. A estos factores hemos de sumar la propiedad de la vivienda —que supuso para muchas familias su primer patrimonio— y una identidad fuerte, fundamentada en la conservación de los usos lingüísticos y culturales de los lugares de origen.

Vivimos-en-Bellvitge

Este era el modelo de éxito, claramente masculino, heteropatriarcal y machista, con el que se anunciaban en 1968 los pisos ‘en propiedad’ de Bellvitge. La estética de los protagonistas del anuncio señala la promesa de ‘debenir clase media’ para las clases trabajadoras.

 

En cambio, por el otro lado, la identidad de los hijos e hijas de aquellos pioneros, en tanto que grupo social, es una identidad mucho menos monolítica, más diversa, una identida charnega, transfronteriza, desclasada en algunos casos —la primera generación, en muchas familias, que aprendió el catalán en la escuela y que luego cursó estudios superiores—; algunos de aquellos jóvenes se aferraron al barrio como principal seña de identidad, y de entre estos, algunos lo pagaron caro.

En ocasiones parece que la memoria y la identidad de Bellvitge —y de los barrios de clase trabajadora de las periferias urbanas como Bellvitge— son únicamente la memoria y la identidad de aquellos pioneros que los levantaron. Si, en mayor o menor medida, esto es así, nos parece pertinente preguntarnos acerca de los efectos que esto haya podido tener sobre las generaciones posteriores y su vinculación con estos territorios, sobre la relación de los jóvenes del barrio con su barrio.

 

Jóvenes-Perros-callejeros-patida

Un grupo de jugadorxs interpreta, durante la primera partida de ‘Perros callejeros’, el rol de jóvenes del barrio que se reúnen durante su tiempo de ocio en La Llar, el bar de la antigua Aula de Cultura de Bellvitge. El juego de rol permite adoptar identidades completamente distintas a la propia; en el juego confluyen y se entremezclan, en ocasiones de forma indistinguible, el bagaje, los saberes, las opiniones y creencias de los propios jugadores con los de sus personajes, creando “interferencias” entre el universo ficcional —aunque historicista— del juego y su marco ‘real’ de representación. Estas interferencias se ven reforzadas por el hecho de que parte de los escenarios de juego se corresponden con los lugares en los que efectivamente tuvieron lugar los hechos históricos que se rememoran en la partida —así es en el caso del Cine Lumiere, actualmente un restaurante y un parquing o del Aula de Cultura, sede de diversas entidades en la actualidad—.

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