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El trabajo de políticas y pedagogías
2.7.07


Publicábamos hace unos días la incisiva entrevista que le hicimos a Antonio Collados sobre su experiencia en Aulabierta como avance del fanzine que estamos preparando a propósito de projecte3*. Hoy os ofrecemos otro avance con este texto de Javier Rodrigo entorno a las implicaciones políticas de las prácticas pedagógicas colaborativas, como es el caso de projecte3* (lo tenemos todo muy bien atado…).

Viene a cuento mencionar que hay quien opina que nuestras ‘clases’ son demasiado ‘ideológicas’. El caso es que siempre hemos partido de la base fundamental que ningún sistema educativo o práctica pedagógica es neutral; de hecho, las prácticas educativas que se declaran ‘neutrales’ ejercen una acción extremadamente política: la de establecer cual es el baremo que permite diferenciar y separar aquellos valores que se consideran ‘neutrales’ o ‘normales’ de los que no. Más aún, entendemos que la educación es un proceso profundamente político de un modo que trae a la superficie el uso incorrecto, cuando no malintencionado, del adjetivo ‘ideológicas’… pero no nos empantanemos.

Javier Rodrigo señala en su texto que el trabajo político en general y en la pedagogía en particular, tiene que ver con el modo en que articulamos las estructuras y los discursos dentro de cada institución, de cada identidad y cada espacio y de cómo una pedagogía crítica vendría a transgredir o subvertir las ‘maneras de hacer’ normativizadas para cada una de ellas. En este sentido podemos entender que el trabajo colaborativo está fuertemente impregnado de política por cuanto implica cruzar las fronteras entre diferentes identidades, instituciones, usos del lenguaje, prácticas culturales, etc. Es decir, implica, en alguna medida, una transgresión de los valores tenidos por ‘neutrales’ o ‘normales’ por cada uno de los agentes involucrados.

Uno de los puntos más interesantes del texto de Javier y con el que coincidimos plenamente, es aquel en el que argumenta cómo la pedagogía crítica, entendida como trabajo político bajo estas coordenadas, se transforma en un proceso continuo de negociación en el que el objetivo no es ya «dar voz» o «empoderar» a determinados individuos o colectivos, sino proporcionar mecanismos y herramientas mediante los que cada uno pueda diseñar y distribuir su autonomía y con ello negociar y discutir qué idea de autonomía, de democracia, de poder o de capacidad de cambio (agencia), tenemos cada uno en nuestras realidades. Este enfoque nos parece muy cercano al de Iris Marion Young cuando define la justicia social no como una distribución equitativa de los bienes que uno ‘tiene’ (sean materiales, sociales o de cualquier tipo) sino como un reparto más igualitario de las posibilidades de ‘hacer’, incluida la posibilidad de modificar las instituciones y los discursos que encarnamos, que atravesamos y por los que somos atravesados.

Pero será mejor que cada uno haga su lectura del texto que encontraréis después del link.

Javier Rodrigo es educador e investigador de arte, freenlance de Observatori dels Públics, y miembro de las redes Artibarri y Bordergames


El trabajo de políticas y pedagogías: articular las prácticas colaborativas

“No se vuelve sobre una teoría, se hacen otras, hay otras a hacer. Es curioso que sea un autor que pasa por un puro intelectual, Proust quien lo haya dicho tan claramente: tratad mi libro como un par de lentes dirigidos hacia el exterior, y bien, si no os sirven tomad otros, encontrad vosotros mismos vuestro aparato que es necesariamente un aparato de combate. La teoría no se totaliza, se multiplica y multiplica” (G. Delueze)

La Pedagogía critica…. (Trabajar políticamente).

Seamos directos: El trabajo de la pedagogía se enmarca como una práctica política, que incluye todo un conjunto de reglas, discursos, estructuras políticas, y agendas donde se sitúa la educación dentro del macro global de la democracia. La pedagogía crítica no reduce la educación como un campo restringido a la comunicación y el trabajo de cara a un grupo, sean estos estudiantes o como se suele decir los famosos” niños”. La educación como práctica política deja de centrarse sólo en la mera transmisión de contenidos, el seguimiento del un currículo dado de antemano y la finalización/consecución de una determinada agenda por parte del alumnado y profesorado y formalización en un determinado material. Agenda y formatos normalmente impuestos que (de)marcan cómo se deben comportar, actuar, pensar y regular las identidades de cada agente de la comunidad escolar. No es lo que cuenta el profesor o lo que aprende el alumno lo importante, sino qué tipo de ciudadanos estamos formando y, por tanto, qué posibilidades de acción política colectiva ( agencia, como se dice a veces) estamos creando en las escuelas. Y eso es una cuestión de democracia participativa

Lo que podemos aprender de la pedagogía critica es que el campo de trabajo de la educación no es tan sólo la labor del educador de cara al alumno o de cara a unos materiales, es decir lo que hacen las personas entre ellas y una serie de elementos que trabajan. También la labor educativa es política en esta dimensión, ya que se trabaja de cara a los imaginarios y discursos de los alumnos, el tipo de elementos que intervengan en el campo educativo, y cómo tratemos y trabajemos con los demás. Este hecho es fundamental. El trabajo político por tanto no se constituye al trabajar unos temas, contenidos o materiales como “potenciales” políticos (ya sean estos la multiculturalidad, o temas de ciudadanía, la denominada cultural visual, o grabar videos en la calle con jóvenes, etc.). Más bien considero que el trabajo político es una cuestión de cómo articulamos dentro de cada institución las estructuras y discursos que se establecen, y cómo apuntamos a subvertirlos. El trabajo político, y más en pedagogía, es una gestión del método, de cómo trabajamos las relaciones de poder, y cómo las intentamos subvertir dentro de cada identidad, de cada institución, y de cada espacio, todo ello al mismo tiempo, de forma relacional.

Un trabajo que se articula políticamente es aquel que trabaja una triple dimensión interrelacionada -y que muchas veces incluso desdibuja estas mismas dimensiones- . Estas dimensiones serían, primero, la personal e interpersonal, es decir el trabajo con la gente con sus identidades y sus procesos de construcción de subjetividad; segundo, la discursiva y la posicional, digamos donde se sitúan y desde donde hablan las personas y tercero, el paso más complicado a mi entender, la dimensión articuladora o de autonomía.

La cuestión política con este tercer punto ya no es sólo de seguir “el método”, sino de construir nuestra propia caja de herramientas, nuestros propios métodos y teorías, contextuales, pero abiertos a su apropiación. Demos una caja de herramientas, y que cada uno construya su método o su teoría, su forma de intervenir, por el contrario, demos una receta, y esperemos que siempre los otros dependan de nosotros. Esto es lo que yo aprendí de Deleuze y Guattari, a través de los métodos de otros, por cierto. Este punto puede ser clave en el trabajo político –pedagógico.

Las prácticas colaborativas en su articulación… (Educar políticamente).

Como prácticas colaborativas podríamos definir toda aquella práctica cultural donde en un mismo campo entran a trabajar conjuntamente, artistas, diversos colectivos, estudiantes, educadores, trabajadores culturales o artistas (muchas veces dichas etiquetas se desdibujan). Como en cada contexto y caso, la multitud de agendas y discursos se densifican en un lugar y tiempo determinados, con objetivos muy diferentes e incluso contrarios, lo que provoca situaciones incontroladas, efectos colaterales, y dimensiones políticas que se abren en muchos escenarios. Para poder construir un trabo político en estas practicas colaborativas pienso que es necesario poder situarlos respecto a la articulación de los proyectos: es decir en cómo poder afectas múltiples dimensiones de trabajo a largo plazo, a diferentes agentes, y como transformar-nos dentro de estas practicas con nuevas coaliciones. Y esto se produce en las situaciones en que se crean estas cajas de herramientas. …

En este punto es necesario señalar cual es el objetivo múltiple de esta caja de herramientas que supone el trabajo colaborativo: transgredir y modificar las propias identidades, discursos y las políticas implícitas a nuestro trabajo a través de las prácticas culturales. No es tener un único objetivo, sino múltiples, ser una máquina de guerra, que abre frentes de actuación, este es el punto de arranque en una pedagogía cultural. Hemos de recordar que colaborar es negociar, lo que implica posicionarse y aceptar el cambio. Por ello las practicas colaborativas conllevan siempre una pedagogía transfronteriza, una que implica trabajar desde y con las diversas fronteras y culturas (simbólicas, físicas, profesionales, de discurso, identitarias, de género, etc.) y, sobretodo, con la cultura de colaboración que traemos con nosotros. El trabajo político de la colaboración entonces radica en cómo nos articulamos y cambiamos nuestros posicionamientos, cómo podemos finalmente cuestionarnos a nosotros mismos, y dejar que otros nos cuestionen, cómo cambiar de agendas y en este camino, promover otras agencias. El trabajo político-pedagógico no versa sólo ya sobre el tipo de ciudadano y democracia que queremos, sino sobre las negociaciones múltiples de qué tipos de mecanismo político- pedagógicos que puede llevar esto acabo.

Aquí por tanto la labor de la pedagogía como herramienta política se puede identificar con la constante negociación de las tres dimensiones antes citadas, y sobre todo en cómo podemos construir espacios de autonomía contagiosa o relacional: educar no sólo es dar autonomía, sino proveer espacios colectivos de autonomía, de tal modo que cada persona pueda crear en el futro esta autonomía con otros. Educar no es «dar voz» o «empoderar», sino proveer mecanismos donde cada uno diseñe y distribuya su autonomía, y con ello negociar y discutir qué idea de autonomía, de democracia, de poder , o de capacidad de cambio (agencia), tenemos cada uno en nuestras realidades(educadores, estudiantes, familias, y como no, los mismos investigadores/pedagogos).

Esta perspectiva supone replantearnos la última de las transgresiones posibles: hacer que esta negociación sea dispersada, que sea diseminada un numero infinito de veces, que pueda ser parasitaza, relacionada, reapropiada…que se multiplique, vamos. Por ello la aplicación de la pedagogía critica en una práctica colaborativa se centra en producir los mecanismo para transgredir y distribuir la cultura con el objetivo de que estos mecanismos dejen circular otras culturas, y con ello otras formas de vivir, imaginar, pensar, y -por qué no- cambiar o transgredir nuestra sociedad. La escuela es una escuela pública alternativa, un mecanismo para la democracia directa y participativa, con sus regulaciones y sus formas de resistencia, y es en sus fronteras mismas donde empieza este trabajo articulador, no fuera de ellas, sino dentro de, desde sus mismas relaciones de poder.

En el caso de este texto la transgresión no existe por su voluntad política, sus contenidos aquí escritos por mi parte como “un gran educador critico”, tampoco por mi vinculación personal y política con el campo y el trabajo de las personas que coordinan estas líneas, sino sobretodo por cómo sea distribuido, rearticulado y reapropiado por otras personas.
Es en su uso, en su traducción al nivel practico y lo que le sirve a cada uno donde estaría su verdad funcionalidad política- por ello este texto debería de ser acompañado de discusiones, de más talleres, o de feedback- (aquí la limitación y las posibilidad del texto como practica colaborativa en su circulación como fanzine y texto de acceso gratuito).

En el caso de proyectos colaborativos en escuelas, las dimensiones de la colaboración y la capacidad de trabajo conllevan una múltiple dimensión que acompaña el día a día de los escolares, de los educadores, de las familias, del claustro escolar y las estructuras políticas del centro educativo, y del grupo de arquitectos, artistas o trabajadores culturales con el que han trabajado. El riesgo y las consecuencias son directamente proporcionales, porque el trabajo político se centra en investigar y transgredir las fronteras de los espacios discursivos dentro del sistema escuela (o sea las leyes, imaginarios y normas que conforman dicha institución). Lo interesante para mi es si este trabajo se ha podido articular a través de las personas, sus posiciones, y , sobretodo, cómo finalmente se cuestiona, como todo trabajo de pedagogía critica, la misma concepción del mismo centro educativo .Esto es como trabaja articulándose dentro de un sistema con los conceptos de colaboración y cultura que se trabajaban en el día a día de un aula cualquiera. Aquí la articulación se pondría en movimiento, consciente o inconscientemente, y el hecho de poder re-articularse conlleva su multiplicación.

Esta pedagogía colectiva supone un nuevo concepto de acción política, ya que abre múltiples frentes de actuación en la misma colaboración. Este es el riesgo de la articulación en practicas colaborativas: colaborar supone trabajar con las diferencias, trabajar a partir de pequeños intersticios donde esta resistencia aflora como una intervención dentro de casa sistema. Es entonces cuando la colaboración emerge como espacio de trasgresión, como mecanismo de intervenciones criticas, más que como mero espejo celebratorio de la institución. Éste es el reto de una articulación, proveer de nuevas formas de re-pensar y de re-actuar dentro de los sistemas, y usar la intervención cultural (ya sea representativa, o física, simbólica o material), como este motor de cambio para seguir transgrediendo o retomando la introducción de este texto, para multiplicar-se.

Javier Rodrigo

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