Las memorias, siempre plurales, son el espacio del presente continuo. Recordamos el pasado desde el hoy, poniendo en marcha lo que hemos sido para orientarnos hacia el futuro de lo que queremos devenir. Recordamos en colectivo, habitando las tensiones que el pasado ha ido construyendo en nuestro presente, creando en común nuevos imaginarios en perpetua construcción.
La memoria es un espacio de conflicto, atravesado y estriado por las controversias en torno a los hechos del pasado y cómo éstos explican nuestro presente. Por el contrario, las políticas de la memoria han tendido a menudo a anular el conflicto imponiendo por la fuerza una memoria única e incontestable que sutura las controversias o invocando una neutralidad que aborta el debate.
Recordamos generando espacios de diálogo, participación y restitución en torno a memorias diversas, más allá del paradigma custodialista. No existen espacios de conversación perfectamente horizontales y democráticos, al menos, de entrada, porque las posiciones de poder de los distintos participantes no son simétricas. Así pues, es necesario promover espacios de diálogo que compensen estas desigualdades y fomenten las voces, las maneras de narrar y los saberes de aquellos sujetos subalternizados.
Recordamos para activar la memoria en el presente, es decir, para vincular las prácticas y los discursos memoriales a las necesidades actuales de autorrepresentación y reconocimiento de los movimientos sociales y la ciudadanía; para servir como herramienta de pensamiento sobre las condiciones de existencia presentes y como punto de articulación de los vínculos sociales (utilizando la memoria no como punto fijo de referencia identitaria, sino como pretexto susceptible de catalizar las conversaciones y encuentros entre individuos y grupos diversos).