¿Qué hacer? Esta pregunta nos confronta con la posibilidad y la pertinencia de no hacer, nos obliga a pensar en aquello que no desearíamos o no deberíamos hacer. Como solemos decir, nuestro trabajo se fundamenta en impulsar y sostener a largo plazo espacios y procesos de creación colectiva con organizaciones, grupos e individuos con la intención de imbricar las prácticas culturales y las representaciones del territorio en procesos sociales más amplios y con una incidencia en las formas de relación y organización colectiva. De entrada, nuestra participación en Artizen se articula como una residencia de unas pocas semanas en la que se nos propone realizar una intervención artística en el parque Feroviarilor durante los días 12, 13 y 14 de agosto. Este evento se inscribe en un movimiento mucho más amplio impulsado por diversos colectivos sociales y culturales de la ciudad de Cluj-Napoca con el objetivo de recuperar el parque. En este sentido, será a ellos a quienes tocará sostener su presencia en el parque, cuidar el proceso e implicar en él a los vecinos y vecinas. Pensamos que intentar implicar en nuestro proyecto a las personas que habitan (literal o figuradamente) el parque o a otros grupos de acción, podía no ser más que un simulacro y una forma de instrumentalización nada deseable. Por otra parte nos pareció apropiado que aquello que hiciésemos tuviera algún tipo de circulación más allá de los tres días del evento; algo que tal vez pudiera contribuir en alguna medida al debate entorno al espacio público y la construcción de ciudad, en general, y al parque Feroviarilor, en particular.
Es así como surgió la idea de hacer un herbario. Una pequeña publicación inspirada en los libros ilustrados de botánica que, desde finales del siglo XVII, construyeron el discurso científico moderno sobre las plantas. El surgimiento y auge de las ciencias naturales es paralelo al de otras disciplinas como el urbanismo, disciplinas que son constituidas por y a su vez constituyen en ese período histórico las condiciones subyacentes de verdad que delimitan lo que puede ser pensado o no y aquello que es aceptable o no.
Así pues, Malas hierbas, que es como hemos titulado este pequeño proyecto-herbario, no trata sólo de plantas, sino de los modos en que categorizamos las cosas; dicho de otra manera, de los modos en que identificamos algo como lo mismo o como lo otro y normalizamos o no una serie de objetos, discursos, lugares, prácticas, sujetos… En última instancia lo que está en juego en Feroviarilor es la producción de cuerpos y espacios normalizados, de buenas y malas hierbas —igual que en cualquier otro espacio urbano, aunque quizás en este de forma más evidente por su condición agreste y por los usos informales y no regulados que en él se dan ya de hecho—. Una muestra patente de esto son los grupos de jóvenes gitanos que están ocasionalmente en el parque: es consabida la segregación espacial de la población gitana en muchas ciudades europeas —y Cluj no parece ser una excepción— y cómo su mera presencia en los espacios públicos, especialmente la de los jóvenes, es percibida como un indicador de inseguridad por muchas personas; otro tanto sucede si pensamos en las personas sin hogar que acampan en el parque y el modo en que normativas higienistas como la ley del civismo en Barcelona perseguían veladamente expulsarlas de determinados espacios de la ciudad.
Por otro lado Malas hierbas remite al conocimiento sobre los nombres vulgares de las plantas y sus propiedades —como el de nuestro guía local, Tudor Gomoiescu— un saber popular y vernáculo, aún hoy en algunos casos transmitido oralmente entre generaciones. Se trata de un saber propio de las culturas rurales de subsistencia —dedicadas a la mera reproducción de la vida— anteriores a las culturas de progreso —consagradas a la producción y la acumulación—. Es precisamente la necesidad capitalista de optimizar la producción agrícola lo que intensifica los procesos de selección de aquellas especies vegetales más rentables en términos de producción de plusvalías —hasta llegar en la actualidad a la manipulación de la propia vida con las plantas transgénicas— y la introducción de herbicidas para acabar con aquellas plantas consideradas improductivas. La industria agroalimentaria destruye los vínculos ecosistémicos que mantenían las comunidades rurales basadas en formas de agricultura no intensiva y en una utilización sostenible de los recursos naturales. Por otra parte, la desacreditación de los saberes populares —por ejemplo el conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas, en muchas ocasiones conservado y utilizado por las mujeres— es parte integral de los procesos de proletarización del campesinado. Instituciones como la Universidad aparecen en la Edad Media con el objetivo fundamental de monopolizar el control sobre la acreditación de los conocimientos y la facultación para el ejercicio de oficios como la medicina.
Desde el Renacimiento —e incluso antes si pensamos en los herbarios medievales— los libros de plantas aúnan el conocimiento instrumental y el goce estético: la descripción de las plantas —que sólo puede considerarse científica a partir de un determinado momento histórico— se acompaña de bellas y delicadas ilustraciones. Jan Kops, quien fuera director de agricultura de los Países Bajos, publicó en 1800 el primer número de la revista botánica Flora Batava, que se editaría hasta 1934. Kops escogió este nombre en referencia al jardín de Agnes Block —coleccionista de arte y horticultora— del que numerosos artistas pintaron sus plantas y flores sin ninguna pretensión mas allá del placer de lo cotidiano. Nuestro pequeño herbario de plantas que pueden encontrarse en el parque Feroviarilor incluye alguna de las ilustraciones correspondientes publicadas en la revista Flora Batava —que son de dominio público— junto a otras realizadas por personas locales que nos han acompañado a dibujar en el parque Feroviarilor —también dispondrá de varias páginas en blanco en las que lxs lectorxs podrán hacer sus propias ilustraciones y tomar sus notas—. Durante dos jornadas hemos acudido al parque, no sólo para dibujarlas en grupo y a plein air, sino para permanecer en el parque y, como dice el colectivo argentino Barrilete Cósmico, sostener una presencia, un modo de tomarse en serio el estar ahí.
El próximo fin de semana presentaremos la publicación, si llegamos a tiempo para acabar de escribir los textos, traducirlos al rumano, al húngaro, al catalán y al inglés y maquetarla toda Esperamos sobrevivir para contarlo por aquí.