En la universidad: Asamblea barrial de La Floresta. Arquitectxs y vecinxs se reúnen para propiciar el diálogo y el intercambio de saberes entre la academia y la comunidad.
La Floresta es un barrio tradicional de la ciudad de Quito, según narran sus vecinas; con un patrimonio arquitectónico peculiar, un carácter comunitario y una población heterogénea de clase media-alta, media y popular.
En la sala de la Universidad Andina donde se ha convocado el acto hay un cartel en el que puede leerse: «¿De la Floresta solo nos quedará el nombre?». La preocupación vecinal por la veloz transformación de la fisonomía y la idiosincrasia del barrio, fruto de una intervención urbanística indiscriminada, nos remite a muchos procesos similares que se han dado en distintas ciudades de la península. En Barcelona, sin ir más lejos, hay barrios experimentados en el devenir y las consecuencias de estos procesos de gentrificación.
Las vecinas explican que no tienen una postura reaccionaria de rechazo a todo lo nuevo, que están dispuestas a resignificar lo patrimonial, a acoger a los nuevos habitantes, pero no saben cómo responder a las amenazas y acosos que están sufriendo.
Este encuentro en el que estamos como oyentes junto a Carlos Hidalgo y Valeria Galarza, miembros del Departamento de Mediación Comunitaria de la Fundación Museos de la Ciudad, es una primera acción de la comunidad para organizarse junto a arquitectxs, urbanistas, sociólogxs, geógrafxs… que han pensado la ciudad desde una perspectiva amplia y poder construir un marco de acción frente a ciertas transformaciones que se están desarrollando en Quito. Una de las vecinas afirma: «Nuestra gestión vecinal es estrecha, podemos denunciar, hacer seguimiento, pero no nos permite interrogar la ciudad, necesitamos del saber de lxs expertxs.”
El 27 de octubre del 2011 se aprobó la Ordenanza 135 del Plan Especial de Sector La Floresta con una vigencia de 10 años y con el compromiso de una revisión al quinto año, en 2016. Para la elaboración de esa ordenanza el barrio de La Floresta se organizó, se lanzó entonces un concurso de ideas para su rehabilitación integral al que se presentaron 17 propuestas. Hubo más de 120 reuniones para la elaboración del Plan Especial y se debatió en asamblea general la demora en la aplicación de la ordenanza presionando para su aprobación en 2011. Hoy, en vista de la falta de aplicación y cumplimiento de la ordenanza —por ejemplo, con la construcción de edificios de 6 plantas, por encima de las 4 estipuladas— y cercanos a su primera fase de revisión, el barrio plantea la creación de un Comité de seguimiento y evaluación del plan.
Como en muchos de estos procesos, las miradas sobre el territorio difícilmente son claras y se enturbian en medio de la vorágine de la transformación; se reproducen lugares aprendidos, concepciones hegemónicas de lo urbano que precisamente benefician a aquellos grupos dominantes que deciden cómo deben ser las ciudades: la seguridad o la venta ambulante son dos de las preocupaciones que se suman sin distingo al derribo de edificios patrimoniales, a la instalación indiscriminada de antenas de telefonía móvil o a la nueva arquitectura que viola la ordenanza en relación a la altura de la edificación.
En la Parroquia: preguntas y respuestas
En la Parroquia nos esperan tres vecinas de La Floresta, llegamos junto con Carlos y Valeria, y sin darnos cuenta configuramos la escenografía como si se tratara de un examen: a un lado de la sala las vecinas, al otro nosotrxs.
Valeria explica el papel que ocupa en la institución dentro del Departamento de Mediación Comunitaria de la Fundación Museos de la Ciudad.
Rocío: —Pero ¿qué es?¿un programa? —la pregunta es directa y da la impresión de traslucir cierta desconfianza.
Carlos: —Es un plan transversal en los cinco museos de la ciudad…
Valeria sigue explicando: —Somos un equipo multidisciplinar de 14 personas… y el funcionamiento de mediación comunitaria. —Rocío le interrumpe—. ¿Qué entienden allí como mediación comunitaria? Valeria trata de nuevo responder a la inquietud, compartiendo el origen del proyecto: —Surge en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito, partiendo de una deuda con las comunidades que habitaban el espacio y las canchas previos a la instalación del Centro de Arte. El trabajo comienza ahí con una persona, Alejo [Alejandro Cevallos]; lo que se buscaba era abrir un espacio de diálogo con la comunidad. De ahí se vuelve un proyecto de la Fundación y se buscan nuevas líneas de preguntas. La oficina funciona a partir de tres programas, el de agricultura urbana, el de arquitectura y diseño participativo y el de educación. —Rocío casi no deja que Valeria acabe su explicación y ya tiene preparada una nueva pregunta — ¿Cómo se articulan con la Secretaría [Concejalía] de Empresas y todo el caos del municipio?
Valeria: —Es complejo, pero no somos conciliadores.
Rocío: —Entonces es una organización pedagógica.
Valeria: —Más de preguntas.
Rocío: — ¿Entre quienes se preguntan?
Valeria explica el proceso en torno al mercado de San Roque para intentar ilustrar unas formas de hacer fundamentadas en la idea del derecho a la ciudad y las líneas que comparten.
—Rocío: Comparte con sus pares, no comparte con la autoridad.
Valeria intenta aclarar los límites con los que se encuentra el equipo en su trabajo, y qué pueden aportar a los procesos, facilitando estrategias de articulación de la comunidad o herramientas de visibilidad de las problemáticas desde la lógica colectiva.
Rocío: —Pero el límite ¿con qué autoridad? El Municipio [Ayuntamiento] quiere sacar al mercado como sea de ahí.
Carlos intenta responder con algunos ejemplos de las herramientas pedagógicas con las que trabajan para construir procesos colectivos de análisis y comprensión de las situaciones que atraviesan diferentes contextos y territorios.
Parece que el ambiente se va distendiendo y un espacio de posibilidad aparece con la pregunta de otra de las vecinas, María de los Ángeles: —¿Y que han pensado para la Floresta. —Valeria insiste en que el punto de partida es compartir experiencias y aprovechar nuestra visita para que podamos hacer una transferencia de las herramientas que se han utilizado en el proceso de construcción de la memoria histórica del barrio de Bellvitge a través del proyecto Bellvitge rol en vivo.
La conversación deriva hacia la realidad de Barcelona, cómo se han dado esos procesos vinculados al turismo y la venta de la ciudad por intereses económicos extraccionistas y cómo entendemos el momento actual, además de la repercusión de estas dinámicas sobre las periferias.
Rocío intenta cerrar la reunión con el compromiso del equipo de mediación de organizar una serie de talleres de capacitación para lxs vecinxs de la Floresta. Acordamos una fecha para la visita al museo, han cerrado la iglesia y hay que esperar a que el cura nos abra la puerta.
En el museo: espacio de diálogo entre LaFundició, vecinxs de la Floresta, vecinxs de la Mariscal y el equipo de mediación de la Fundación Museos de la Ciudad.
Días más tarde nos reencontramos en el Centro de Arte Contemporáneo. La reunión tiene lugar en la misma sala en la que se expone Bellvitge rol en vivo. Tras una breve visita a la exposición nos sentamos en torno a una mesa sobre la que extendemos un papel en el que iremos tomando notas. Asisten al encuentro Rocío, María de los Ángeles y María Eugenia en representación de la asociación de vecinxs de La Floresta; y nos acompañan dos vecinos de La Mariscal, un barrio adyacente a la Floresta que en los últimos años se ha transformado en un gigantesco centro de ocio nocturno y atracción turística. Para haceros una idea podéis consultar el apartado dedicado a este barrio en la página web de promoción turística de la Municipalidad de Quito: http://www.quito.com.ec/que-visitar/la-mariscal
Uno de los principales temores del grupo de vecinxs era, precisamente, la creciente mariscalización de La Floresta. Un temor que no es ni mucho menos infundado cuando vemos que en la misma página web de promoción turística de Quito, La Floresta aparece ya como uno de los atractivos de la propia Mariscal, descrito como «la zona bohemia contemporánea de Quito», un «barrio de casas antiguas» en las que habitan «cineastas, pintores, actores y músicos» (sic) (http://www.quito.com.ec/que-visitar/la-mariscal/la-floresta).
Aún con sus particularidades, la transformación de La Floresta (y antes la de La Mariscal) puede verse como un proceso de gentrificación bastante común. A medida que el grupo relata sus experiencias, vamos juntando las piezas de un puzzle cuyo dibujo aparece cada vez más claro: Parte del encanto de La Floresta reside en sus mansiones, grandes casas construidas por familias adineradas en los años 40 que en algún momento dejaron de poder mantener. Abandonadas las casas, el suelo se devalúa y comienzan a llegar nuevos pobladores (entre ellos jóvenes con profesiones liberales o creativas como los mencionados «cineastas, pintores, actores y músicos»). Por otro lado, ante la llegada de estos nuevos habitantes, los inversores comienzan a interesarse por los inmuebles a fin de abrir establecimientos comerciales, de ocio u hoteles. Simultáneamente se produce lo que lxs vecinxs denominan la tugurización de determinadas zonas del barrio, aún habitadas por población “autóctona”, cuyo abandono denuncian: el aumento de la delincuencia, la presencia de prostíbulos, la venta ambulante, la insalubridad… La ordenanza 135 se crea, precisamente, para regular algunos de estos fenómenos, así como las cuestiones relativas a la edificación y usos.
Las denuncias de lxs vecinxs no pueden ser en absoluto menospreciadas, pero es necesario analizar estos fenómenos desde un marco amplio que nos permita entender su funcionamiento en el entramado social, cultural y económico de la ciudad: por un lado cabe preguntarse en qué medida la tugurización funciona como palanca para el desplazamiento de poblaciones y resulta conveniente a los intereses de grupos inversores e inmobiliarias en momentos determinados; por el otro, podemos preguntarnos en qué medida el higienismo deviene en algunos casos una herramienta de control social: Carlos Hidalgo argumenta que la venta ambulante de comidas constituye un rasgo idiosincrásico del barrio, pero no sólo eso: la venta ambulante fomenta el uso de los espacios públicos y es precisamente el uso ciudadano del espacio público lo que reduce el grado de inseguridad y no el aumento de la presencia policial. Ciertamente existe un grave problema de salud pública por los residuos que generan los puestos de comida ambulante, pero en ese caso, afirma Carlos, veamos de qué manera podemos solucionarlo gestionando de forma adecuada los residuos en lugar de criminalizar la propia venta ambulante.
La conversación deriva por derroteros algo caóticos, resulta difícil focalizarla y se reiteran algunas percepciones. Una de estas es el carácter combativo del barrio, del que sus líderes vecinales se muestran totalmente convencidas. Intentamos señalar algunos de los grupos, organizaciones y agentes que podrían sumarse a un proceso de organización para abordar la situación del barrio. Ante la dificultad para alcanzar un dibujo claro de la situación del barrio, desde el Departamento de Mediación Comunitaria se propone organizar un taller de mapeado colectivo en el espacio público, que a la vez sirva como foro para el debate. Se propone hacerlo en un lugar fronterizo del barrio: el Mirador de Guápulo, del que arranca una suerte de paseo escénico que enlaza La Floresta con el barrio de Guápulo atravesando la quebrada. El mirador es uno de los puntos del barrio considerados inseguros por lxs vecinxs, de modo que el taller se plantea como un acto lúdico que pueda ocuparlo durante unas horas y servir a la vez como llamamiento a recuperar, mediante su uso, este tipo de espacios.
Así quedamos. Pero nosotrxs ya no lo veremos. En cualquier caso nos parece interesante señalar que la participación del Departamento de Mediación Comunitaria en el contexto de La Floresta pone de relieve algunas controversias y límites en torno a la propia idea de mediación desde las instituciones culturales: Implicarse en cualquier proceso dentro de un contexto social conlleva inevitablemente tomar una posición en un campo tensado por los intereses divergentes de distintos grupos de acción e instituciones. Ese acto de tomar posición, ya sea de forma consciente y voluntaria o no, es siempre profundamente político en tanto que redefine la correlación de fuerzas entre los distintos actores. Esto puede parecer obvio, sin embargo nos parece que choca de frente con la ilusión, alentada en ocasiones de forma interesada por las propias instituciones, de que la cultura y sus agentes pueden y deben actuar bajo parámetros estrictamente técnicos, como si la técnica fuera una suerte de protocolo neutral. Pero sobre esto reflexionaremos con un poquito más de profundidad en nuestra “crónica quiteña diferida” a propósito de la jornada de trabajo que tuvimos con el propio Departamento de Mediación Comunitaria de la Fundación Museos de la Ciudad.