Jugar es una de las primeras formas de relación con el mundo que practicamos. Jugando tomamos conciencia del territorio, lo medimos a partir de nuestra experiencia singular poniendo en acción imaginarios y corporalidades, lo transformamos en función de todo lo que es y de todo lo que podría llegar a ser, haciéndolo y deshaciéndolo constantemente. Las formas de estar en el mundo propias de la infancia han sido históricamente menospreciadas, pero desde LaFundició estamos convencidas de la potencia que contienen.
Explorar y practicar la ciudad desde el juego y la experiencia de la infancia abre el camino hacia intervenir en los espacios urbanos como lugares donde tejer relaciones de colaboración y vecindad. Activar espacios donde la tarea de cuidar la vida se sostenga colectivamente e interpele a la diversidad de experiencias que la habitan. Tomamos como referencia los adventure playgrounds que surgieron en Reino Unido tras los bombardeos de la II Guerra Mundial. Son patios construidos por niños donde el entorno está abierto a un proceso de transformación continua, creando un paisaje que visto con una mirada adulta parece perpetuamente inacabado pero que, de hecho, responde constantemente a los juegos cotidianos de las personas que los habitan, juegos que cambian día a día.
Los procesos que rehuyen una visión adultocéntrica de la ciudad y aceptan a los niños y jóvenes de forma participativa real, generan entornos más habitables, convivenciales y sostenibles para todos.
Tal y como afirma Silvia Federici, «los bienes comunes no son cosas, son relaciones sociales». Entendidos de esta manera, detrás de los espacios de juego efímeros, columpios y toboganes están las conversaciones, las comidas compartidas y los vínculos comunales que los sostienen.
