El auténtico Michael Jackson de Las Ramblas en la inauguración de
Un Van Gogh al teu saló en el Centre Cultural de Bellvitge
Y tras el anterior post volvemos a la tierra, a las galeras de la cultura: y es que este próximo martes 16 de octubre a las 20:00 h se inaugura la exposición Un Van Gogh al teu saló en el Centre Cívic Cotxeres Borrell, que ya pudo verse en el Centre de Cultura de Bellvitge a principios de este mismo año (aquí la crónica). Se exponen copias de pinturas de ‘grandes maestros’ realizadas por las alumnas y alumnos de pintura del CC Bellvitge, cosa que nos ha dado pie a una pequeña reflexión sobre los modos de legitimación y valoración de los productos culturales, sobre cómo se construye la imagen del ‘genio’ o las nociones de ‘autoría’ y ‘gusto’ en un nivel popular.
Decimos que en la exposición toman parte las usuarias y usuarios del CC Bellvitge y sin embargo esto no es del todo cierto. Desde hace cerca de diez años el centro ha contado entre su escasa oferta formativa con clases de pintura, un servicio que se había venido manteniendo gracias al deseo de las usuarias y usuarios más que a la voluntad de la propia dirección del centro. En esta permanencia ha tenido también mucho que ver el tesón de Mariló, quien impartía, en condiciones laborales absolutamente irregulares y precarizadas las clases. Lo que ha sucedido es que el Ayuntamiento de L’Hospitalet ha abierto un nuevo, enorme y flamante centro cultural en Bellvitge en el que según su Director y el Regidor de Distrito, no tiene cabida esta actividad pinturera.
En el nuevo centro cultural sólo se ofrecerán talleres especializados y con una duración determinada de unas pocas semanas o meses. Por supuesto, la programación de estos talleres será decidida unipersonalmente por el director del centro. Según la administración, esta política pretende combatir la apropiación de espacios y equipamientos públicos por parte de determinados colectivos (sic). La medida se publicita entonces como una medida democrática, puesto que impediría que ciertos usuarios monopolizasen los recursos públicos, por lo que ha encontrado el apoyo y la legitimación de los representantes oficiales de los vecinos. Este argumento es muy fácilmente rebatible puesto que las alumnas y alumnos del taller de pintura no forman un colectivo, sino que fluctúan de un curso a otro, como en cualquier otra oferta de este tipo. La alternativa que ofrece el Ajuntament de L’Hospitalet a estas personas es constituirse como asociación y aspirar a una sede física en la que desarrollar su actividad.
Lo que vemos aquí es una doble perversión: por un lado la cultura se ofrece como un bien de consumo rápido de un modo que impide la creación de cualquier tipo de tejido social y por otro lado el asociacionismo, que durante los 70 fue la punta de lanza de las reivindicaciones vecinales, se transforma en un instrumento para atomizar el cuerpo social, atrapando a cada cual en su reducido círculo de afines.