Volvemos de las vacaciones (aunque los hay que nunca se han ido) recuperando la lectura de un breve artículo publicado por la artista Kristina Lee Podesva en la revista online Fillip Review el verano pasado. En el artículo, titulado “A pedagogical turn: brief notes on education as art“, Lee Podesva reseñaba un conjunto de experiencias y proyectos que, en sus palabras, “se apropian de la educación como un modo de práctica artística, bien sea en la forma de una escuela, de intercambios de conocimiento, grupos de lectura, laboratorios, etcétera, que podrían ser comprendidas en el conjunto más amplio de las prácticas ‘site specific'”. Lee Podesva traza una genealogía que va desde la labor docente de Joseph Beuys en la Academia de las Artes de Düsseldorf, pasa por la crítica institucional de artistas como Andrea Fraser o Fred Wilson y la estética relacional, hasta llegar a proyectos o trabajos desarrollados durante esta primera década del siglo XXI como la Copenhagen Free University (2001-2007), Playshop (2004), la Momentary Academy (2005) o la School of Panamerican Unrest (2006–2007).
Lee Podesva señala, siguiendo lo que Miwon Kwon apuntaba en un artículo de 1997 publicado en la revista October y titulado “One Place After Another: Notes on Site Specificity” (pdf) que uno de los puntos que distinguen de forma más clara estas prácticas de las mencionadas anteriormente es una relación diferente con el contexto en que se producen: “[…] distinguishing characteristic of today’s site-oriented art is the way in which the artwork’s relationship to the actuality of a location (as site) and the social conditions of the institutional frame (as site) are both subordinate to a discursively determined site that is delineated as a field of knowledge, intellectual exchange, or cultural debate,” que no existe a priori, sino que es generado a través del trabajo mismo (añade la autora). Podríamos decir que, a diferencia de sus supuestas “predecesoras”, estas prácticas proponen una redistribución efectiva del poder en tanto que, en menor o mayor medida, generan espacios discursivos autónomos y definen marcos de acción instituyentes.
Por el contrario, las prácticas de la estética relacional, en su fijación por las relaciones sociales, quedarían enredadas en las estructuras políticas y económicas que pasan por alto; mientras que para Lee Podesva, la carga política de la crítica institucional de Fraser o Wilson, queda desactivada por su espectacularización dentro del propio marco institucional hacia el que dirige sus puyas. Por su parte, a pesar de los esfuerzos por invitar al púbico a participar colaborativamente en la construcción de significado (con o sin la autorización de la institución académica) Beuys no abandona en ningún momento la moderna creencia en la sensibilidad y sofisticación del profesor o el artista: Beuys se presenta a si mismo como alguien con una especial visión de aquellos asuntos que deberían deparar nuestra atención (ya sea la democracia directa o la educación libre).
Las diferencias que Lee Podesva establece entres estos artistas y las actuales prácticas que abordan la educación como una forma artística, le sirven para acotar el contexto histórico en el (o del) que dichas prácticas emergen, refiriéndose al galopante proceso de subordinación de las instituciones educativas a la agenda política neoliberal.
Pero como resulta más entretenido y esclarecedor explicado por la propia autora, os remitimos al texto original, no sin antes dejar caer una pregunta que nos viene ahora a la mente: ¿cómo funciona el encuadramiento de estos proyectos e iniciativas en el campo de las formas artísticas?¿qué consecuencias se derivan?¿cual es el uso que unos y otros actores sociales hacen o pueden hacer de él? dicho de otro modo más inexacto aunque quizás más inteligible: ¿qué necesidad estratégica, desde una perspectiva política, o qué utilidad tiene ‘marcar’ la Copenhanguen Free University o Playshop como obras de arte?