En las dos películas anteriores del ciclo hemos visto dos miradas contrapuestas sobre estos barrios de las periferias urbanas: por un lado, como señaló Jorge Larrosa en el debate posterior a su proyección, Los jóvenes de barrio (Vídeo-Nou, 1982) nos presenta a los jóvenes de Canyellas y al propio barrio como una lista de problemas: paro, delincuencia, drogas, abandono escolar… son los primeros años 80, y la periferia urbana aparece representada como un territorio que requiere de la intervención social de la administración pública. Por el otro, La ciudad es nuestra (Tino Calabuig, 1975) nos muestra las luchas vecinales que consiguieron dignificar la vida en los barrios frente a la codicia de los especuladores que, en connivencia con el régimen franquista, había desposeído a las masas de las zonas rurales.
Ninguna de las formas de lucha de los vecinos y vecinas que muestra el documental de Tino Calabuig, se encuentra representada en la película de Video-Nou; pareciera que cualquier imagen de la capacidad de los barrios para auto-organizarse nos hubiese sido escamoteada; sus habitantes aparecen como sujetos aislados y abandonados a su suerte individual, incapaces de establecer redes de soporte mutuo y de transformar sus circunstancias.
La transición marca el período transcurrido entre los dos momentos históricos representados en La ciudad es nuestra y Los jóvenes de barrio; para algunos, la llegada de la democracia hacía innecesaria la existencia de las asociaciones de vecinos, cuyo papel debía ser asumido por los partidos políticos y la propia administración pública, no en vano los miembros de las asociaciones, como podemos ver en La ciudad es nuestra, veían en las elecciones democráticas un medio para alcanzar el poder institucional y desde allí solucionar los problemas de los barrios. ¿Podemos decir que el trasvase de los cuadros dirigentes de las asociaciones de vecinos hacia los ayuntamientos democráticos desarticuló en alguna medida el tejido social?¿Sirvieron las representaciones de las periferias urbanas como la que ofrece Los jóvenes de barrio para justificar la implementación de políticas asistenciales?¿Hasta qué punto estas políticas causaron el efecto de, precisamente, despolitizar la vida social en los barrios? Estas son algunas preguntas que nos han ido surgiendo durante este breve ciclo y que permanecen abiertas al debate.
Esta tarde cerraremos el ciclo con la proyección de Gitanos sin romancero (Llorenç Soler, 1976) —a quien agradecemos mucho que nos haya cedido los derechos de exhibición de la película— con la intención de introducir una línea narrativa diferente: ¿Cual fue el papel de grupos minoritarios como la población gitana durante este período?¿Qué representaciones nos quedan de la comunidad gitana en aquella época?¿Se tiene una imagen ajustada del papel de los gitanos en los barrios en esos momentos históricos?¿Qué papel jugaron los arquitectos en la configuración urbanística de los barrios?¿Y el tejido social? Estas son algunas preguntas sobre las que queremos reflexionar esta tarde con las representantes de la asociación cultural gitana Lachó Bají Calí y el arquitecto Santiago Cirugeda, y con todoxs vosotrxs, claro. Os esperamos.